lunes, 15 de julio de 2013
ZEUS Y LA GUERRA CONTRA LOS TITANES.
Sepa aquel que contra su padre o su madre levante su mano, llegará de su propio hijo el castigo merecido. Así han sentenciado los dioses de la antigua Grecia y desde el principio de los tiempos la profecía se ha cumplido invariablemente.
Un hombre llamado koioi narraba lo siguiente:URANO-el dios estrellado y GEA la esposa de URANO GEA ya no podia mas porque le hacia vivir con niños que no nacian de su vientre.Entonces decide pedir ayuda a sus hijos y nadie queria ayudarla ,pero Crono el hijo menor acepta ayudarla y GEA, la lleva escondido entre sus mantos. Crono ataca a su padre,lo mata y derrama su sangre, pero cae al suelo y GEA termina teniendo 6 hijos 3 son hecatonquiros 3 eclipces Crono se enamora de una bella mujer llamada Rea a la que le impide tener hijos . Al primero...hasta el quinto.
Lo arrojaban por el Tibet y cuando iba a tener el sexto hijo le pide ayuda a Gea y Urano y ellos conceden su pedido GEA lleva al nño a una casa deshabitada quien se mantiene vivo grasias a la leche de la
cabra , GEA enbuelbe las piedras en un pañal de bebe ,Urano esperaba con ganas , y sin darse cuenta se lo comio .
ZEUS ya tenia la maxima fuerza para enfrentar a su padre y va en busca de sus tios a los que tiene que encontrar .
BRAHMA Y LAS DIVINIDADES DE LA INDIA
THOR - EL PODEROSO DIOS DEL MARTILLO
¡Hola amigos, aquí les traemos otra historia de aventuras, de la colección Mitos y leyendas de los cinco continentes!
Thor, dios del trueno, fue el señor más venerado y querido en los pueblos de la antigua Europa del Norte. Los hombres lo admiraban y exaltaban porque él les daba protección y les aseguraba bienestar en sus vidas. Con su divino martillo y su carro mágico recorría los lugares más lejanos impartiendo justicia y enfrentando a todo aquel que osara desafiar su poder.
Thor, dios del trueno, fue el señor más venerado y querido en los pueblos de la antigua Europa del Norte. Los hombres lo admiraban y exaltaban porque él les daba protección y les aseguraba bienestar en sus vidas. Con su divino martillo y su carro mágico recorría los lugares más lejanos impartiendo justicia y enfrentando a todo aquel que osara desafiar su poder.
miércoles, 3 de julio de 2013
LA BOTELLA DE CHICHA
Este cuento pertenece a Julio Ramón Ribeyro, nos dejó tristes y a aquí se los presentamos, gracias al Plan Lector YOLEO en el tomo 5 de la colección de Julio Ramón Ribeyro:
En
una ocasión tuve necesidad de una pequeña suma de dinero y como era
imposible procurármela por las vías ordinarias, decidí hacer una
pesquisa por la despensa de mi casa, con la esperanza de encontrar algún
objeto vendible o pignorable. Luego de remover una serie de trastos
viejos, divisé, acostada en un almohadón, como una criatura en su cuna,
una vieja botella de chicha.
Se trataba de una chicha que hacía más de
quince años recibiéramos de una hacienda del norte y que mis padres
guardaban celosamente para utilizarla en un importante suceso familiar.
Mi padre me había dicho que la abriría cuando yo –me recibiera de
bachiller–. Mi madre, por otra parte, había hecho la misma promesa a mi
hermana, para el día –que se casara–. Pero ni mi hermana se había casado
ni yo había elegido aun que profesión iba estudiar, por lo cual la
chicha continuaba durmiendo el sueño de los justos y cobrando aquel
inapreciable valor que dan a este género de bebidas los descansos
prolongados.
Sin
vacilar, cogí la botella del pico y la conduje a mi habitación. Luego
de un paciente trabajo logre cortar el alambra y extraer el corcho, que
salió despedido como por el ánima de una escopeta. Bebí un dedito para
probar su sabor y me hubiera acabado toda la botella si es que no la
necesitara para un negocio mejor.
Luego de verter su contenido en una
pequeña pipa de barro, me dirigí a la calle con la pipa bajo el brazo.
Pero a mitad del camino un escrúpulo me asalto. Había dejado la botella
vacía abandonada sobre la mesa y los menos que podía hacer era
restituirla a su antiguo lugar para disimular en parte las trazas de mi
delito. Regrese a casa para tranquilizar aun mas mi conciencia, llene la
botella vacía con una buena medida de vinagre, la alambre, la encorche y
la acosté en su almohadón.
Con la pipa de barro, me dirigí a la chichería de don Eduardo.
–Fíjate
lo que tengo–dije mostrándole el recipiente–. Una chicha de jora de
veinte años. Solo quiero por ella treinta soles. Esta regalada.
Don Eduardo se echo a reír.
¡A
mí!, ¡a mí!– exclamo señalándose el pecho–. ¡A mí con ese cuento! Todos
los días vienen a ofrecerme y no solo de veinte años atrás. ¡No me fío
de esas historias! ¡Como si las fuera a creer!
–Pero yo no te voy a engañar. Pruébala y veras.
–¿Probarla?
¿Para qué? Si probara todo lo que me traen a vender terminaría el día
borracho, y lo que es peor, mal emborrachado. ¡Anda, vete de aquí¡ Puede
ser que en otro lado tengas más suerte.
Durante
media hora recorrí todas las chicherías y bares de la cuadra. En muchos
de ellos ni siquiera me dejaron hablar. Mi última decisión fue ofrecer
mi producto en las casas particulares pero mis ofertas, por lo general,
no pasaron de la servidumbre. El único señor que se avino a recibirme me
preguntó si yo era el mismo que el mes pasado le vendiera un viejo
Burdeos y como yo, cándidamente, le replicara que si, fui cubierto de
insultos y de amenazas e invitado a desaparecer en la forma menos
cordial.
Cuando
llegue a la casa había oscurecido y me sorprendió ver algunos carros en
la puerta y muchas luces en las ventanas. No bien había ingresado a la
cocina cuando sentí una voz que me interpelaba en la penumbra. Apenas
tuve tiempo de ocultar la pipa de barro tras una pila de periódicos.
–¿Eres
tu el que anda por allí? –Preguntó mi madre, encendiendo la luz–.
¡Esperándote como locos! ¡Ha llegado Raúl! ¿Te das cuenta? ¡Anda a
saludarlo! ¡Tantos años que no ves a tu hermano! ¡Corre! que ha
preguntado por ti.
Cuando
ingrese a la sala quede horrorizado. Sobre la mesa central estaba la
botella de chicha aun sin descorchar. Apenas pude abrazar a mi hermano y
observar que le había brotado un ridículo mostacho, era otra de las
circunstancias esperadas. Y mi hermano estaba allí y estaban también
otras personas y las botella y minúsculas copas, pues una bebida tan
valiosa necesitaba administrarse como un medicina.
–Ahora
que todos estamos reunidos –hablo mi padre–, vamos al fin a poder
brindar con la vieja chicha –y agracio a los invitados con una larga
historia acerca de la botella, exagerando, como era de esperar, su
antigüedad. A mitad de su discurso, los circunstantes se relamían los
labios.
La
botella se descorcho, las copas se llenaron, se lanzo una que otra
improvisación y llegado el momento del brindis observe que las copas se
dirigían a los labios rectamente, inocentemente, y regresaban vacías a
la mesa, entre grandes exclamaciones de placer.
–¡Excelente bebida!
–¡Nunca he tomado algo semejante!
–¿Cómo me dijo? ¿Treinta años?
–¡Es digna de un cardenal!
–¡Yo que soy experto en bebidas, le aseguro, Don Bonifacio, que como esta ninguna!
Y mi hermano, conmovido por tan grande homenaje, añadió:
–Yo les agradezco, mis queridos padres, por haberme reservado esta sorpresa con ocasión de mi llegada.
El
único que, naturalmente, no bebió una gota, fui yo. Luego de
acercármela a las narices y aspirar su nauseabundo olor a vinagre, la
arroje con disimulo en un florero.
Pero
los concurrentes estaban excitados. Muchos de ellos dijeron que se
habían quedado con la miel en los labios y no falto uno más osado que
insinuara a mi padre si no tenía por allí otra botellita escondida.
¡OH no! –Replico–.¡De estas cosas solo una! Es mucho pedir.
Note, entonces, una consternación tan sincera en los invitados que me creí en la obligación de intervenir.
–Yo tengo por allí una pipa con chicha.
–¿Tú? –preguntó mi padre, sorprendido.
–Si, una pipa pequeña. Un hombre vino a venderla…Dijo que era muy antigua.
–¡Bah! ¡Cuentos!
–Y yo se la compre por cinco soles.
–¿Por cinco soles? ¡No has debido pagar ni una peseta!
–A ver, la probaremos –dijo mi hermano–. Así veremos la diferencia.
–Sí, ¡Que la traiga! –pidieron los invitados.
Mi
padre, al ver tal expectativa, no tuvo más remedio que aceptar y yo me
precipite hacia la cocina. Luego de extraer la pipa bajo el montón de
periódicos, regrese a la sala con mi trofeo entre las manos.
¡Aquí esta! –exclame, entregándosela a mi padre.
–¡Hummm...!
–dijo él, observando la pipa con desconfianza–. Estas pipas son de
última fabricación. Si no me equivoco, yo compre una parecida hace poco
–y acerco la nariz al recipiente–. ¡Qué olor! ¡No! ¡Estos es una broma!
¿Dónde has comprado esto, muchacho? ¡Te han engañado! ¡Qué tontería!
Debías haber consultado –y para justificar su actitud hizo circular la
botija entre los concurrentes, quienes ordenadamente la olían y, después
de hacer una mueca de repugnancia, la pasaban a su vecino.
–¡Vinagre!
–¡Me descompone el estomago!
–Pero ¿es que esto se puede tomar?
–¡Es para morirse!
Y
como las expresiones aumentaban de tono, mi padre sintió renacer en si
su función moralizadora de jefe de familia y, tomando la pipa con una
mano y a mí de una oreja con la otra, se dirigió a la puerta de la
calle.
–Ya te lo decía ¡Te has dejado engañar como un bellaco! ¡Veras lo que se hace con esto!
¡ME GUSTA LEER!
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